Ceramista

Desde que era niña, en mi casa siempre se hablaba de que mi abuelo tenía un torno de alfarero que había construido él mismo.

Ese torno, que aún está en el garaje de mi estudio, apolillado y esperando a ver si puedo arreglarlo algún día, nunca llegué a usarlo.

En diciembre de 2019, después de un tiempo en el hospital, mi abuelo fallece. Era una figura importantísima en mi familia y, aunque nunca me había dado cuenta mientras él vivía, me parezco mucho a él. Todo esto de la multidimensionalidad viene de una rama de su árbol. Lo hemos heredado muchas en la familia, pero en mi caso lo llevo al límite, como él.

De un forma totalmente fortuita, en febrero de 2020 me encuentro un vídeo de una ceramista que se me queda grabado en la mente. Siempre quise aprender y en alguna ocasión hice alguna clase, pero nada serio. Esta vez, mi crush con la cerámica es mucho más exagerado. Durante un mes, no paro de darle vueltas a la cabeza hasta que encuentro una profesora cerca de mí.

La mala suerte o el destino, hace que la pandemia no me deje ir hasta allí, por los cierres perimetrales. Durante cuatro meses, la llamada de la cerámica hace que la espera se haga eterna. Yo creo que mi abuelo tuvo algo que ver con todo esto. Por fin, a finales de junio, con la llegada del verano y el fin de los cierres perimetrales, empiezo las clases de cerámica. Automáticamente sé que esto va a ser parte de mi vida. Aprendo rápido, pero sobre todo, disfruto haciéndolo. Soy una persona a la que le encanta utilizar las manos para crear. Amasar es algo que siempre he disfrutado, pero dudaba si difrutaría de un arte en el que tienes las manos mojadas constantemente, ya he dicho que es algo que no me encanta. Da igual, la cerámica y el contacto con la arcilla húmeda hace que tener las manos mojadas sea parte del encanto. Todos los procesos que se siguen para terminar una pieza se convierten en una danza. Es algo precioso que recomiendo probar a todo el mundo aunque sea una vez en la vida.